lunes, 2 de febrero de 2009

Papelera de reciclaje, vol 4: Los dos lados del laberinto

Pronto tendre que escribir un post nuevo, pero por ahora, aqui teneis el ultimo numero de la papelera de reciclaje, un relato mio, publicado tal y como aparecio en LLuvia Celta de Rh+


Los Dos Lados Del Laberinto


Empezó de un modo extraño. Revisando el montón de papeles que atestaban mi despacho de la universidad, encontré referencias a unas leyendas que hablaban de unas ruinas extrañas y una puerta encastrada en la pared de un acantilado. Estas historias tenían su origen en una apartada región rural y por supuesto, nadie las había visto, pero las leyendas persistían desde hacía generaciones. Yo ni siquiera recordaba quien me había hablado de aquella historia pero en aquel momento, en el caluroso despacho y apunto de irme de vacaciones, me pareció una excusa perfecta para ir a la montaña, donde esperaba que la temperatura fuera más agradable.


Cometí el error de contarle mis planes a un compañero de departamento, Armand, arqueólogo como yo. Pronto, se corrió la voz y me encontré con un grupo de ocho personas preparando la “expedición” a nadie parecía preocuparle el hecho de que solo eran leyendas y nada era seguro. Entonces me di cuenta de que iban por el mismo motivo que yo, la expedición era una excusa. El grupo quedó formado por Armand y Etienne, dos profesores del departamento, y cinco estudiantes de último curso a quienes, sospecho, decepcionaría bastante encontrar algo y perder las “vacaciones” desenterrando piedras.


Viajábamos en nuestros propios coches y, en algo más de un día, tras perdernos dos veces, llegamos a la zona de donde hablaban las historias. Dejamos atrás el pequeño pueblo y nos instalamos relativamente cerca, en un valle, junto al río. Estábamos solo a quince minutos andando del pueblo, lo cual era bueno por que tendríamos que empezar por preguntar a los lugareños por las leyendas, por si alguno de ellos tenía alguna referencia sobre donde buscar. Como el pueblo era pequeño, la noticia de nuestra llegada se propagó más rápido y más lejos de lo que creíamos.


Llevábamos dos días recorriendo los caminos de la zona siguiendo las historias de este o aquel vecino, cuando aparecieron los españoles. Eran dos, uno de ellos era arqueólogo y respondía al nombre de Juan Fernández. Era muy alto, debía de medir cerca de dos metros, pelo largo y negro. Etienne dijo haber oído hablar de él, al parecer era un experto en lenguas nórdicas, y sostenía haber oído que las ruinas que buscábamos eran de un asentamiento vikingo. Su compañero se llamaba Francisco Fernández, aunque todos le llamábamos Fran por petición suya. Al parecer eran primos. Era alto aunque no tanto como Juan, tenía también el pelo negro y llevaba perilla. Pero aparte de un lejano parecido no podían ser más diferentes. Juan parecía un poco distante, comedido y siempre educado, aunque en nuestras charlas demostró ser una persona de gran inteligencia y un sentido del humor muy peculiar. Fran al contrario parecía el prototipo de español que todos teníamos en la cabeza, era alegre y abierto, muy agradable, en seguida se gano las simpatías de los estudiantes, solía bajar con ellos al pueblo a beber y hacer bromas toda la noche. Tenía la extraña impresión de que lo hacían aposta para tenernos vigilados a todos, pero parecía una idea ridícula y la mantenía apartada de mi mente.


Hacía una semana que habíamos llegado a aquel claro entre los árboles junto al río. Los españoles se habían instalado junto a nosotros en su propia tienda de campaña y su francés mejoraba día a día. Todos estábamos relajados y, en el fondo, contentos de poder descansar, aunque en cierto modo me hubiese gustado encontrar algo, ser el primero en verlo, sentir la emoción de descubrir algo que nadie ha visto. Pero no me quejaba, escuchábamos las historias de Juan que parecía haber estado en muchos sitios. De las conversaciones de los chicos deduje que Fran también les contaba sus aventuras en diversos viajes. Además, organizaban carreras campo a través y todo tipo de juegos ahora que cada vez buscábamos menos. Se nos acababan las provisiones y el dinero, y decidimos dar la búsqueda por concluida y marcharnos al día siguiente, porque cada día hacia mas frío y viento. Pero esa noche, la última noche, llego la tormenta.


Los truenos nos despertaron y no volvimos a conciliar el sueño, el ruido de la lluvia era incesante. Yo compartía la tienda con Etienne y Armand y nos inquietaba la proximidad del río dada la severidad de la tormenta. Abriendo la cremallera de la tienda, asomé la cabeza, para intentar ver algo. Mi sorpresa fue tremenda, parecía una tormenta eléctrica, los relámpagos cruzaban el cielo con una regularidad pasmosa, dejando ver con claridad los alrededores. Los truenos retumbaban entre las rocas que conformaban el valle como si de explosiones se tratasen y, aunque el río parecía traer menos agua de la que temía, no me tranquilizó ver caer varios rayos. Uno de ellos restalló sobre la piedra desnuda, encima de la ladera. Observé asombrado como se desprendían trozos de la roca. El destello me cegó y la imagen sinuosa del rayo quedó grabada en mi retina durante minutos. Vi a Fran asomado en la puerta de la tienda que compartía con su primo y le hice un gesto de marcharnos con la cabeza. El sacó un brazo e hizo un gesto señalando a nuestro alrededor y entendí que se refería a los árboles. Tenía razón, con los rayos cayendo estaríamos más seguros en el claro que en medio del bosque, al menos mientras el río siguiese bajo. No pudimos volver a dormirnos y nos turnábamos en asomarnos para vigilar la evolución de la tormenta.


La tormenta amainó cerca de las cinco de la mañana, al amanecer ya no llovía en absoluto y nuestra determinación a abandonar aquel lugar era más fuerte que nunca. Pero fue entonces, con el cielo débilmente iluminado por un sol que seguía oculto tras las montañas, cuando llegó corriendo un pastor del pueblo. Lo habíamos visto un par de veces pero nunca tan alterado. Al parecer la tormenta lo sorprendió durmiendo al otro lado de la montaña, donde tenía un corral para encerrar sus cabras por la noche. Nos contó que tenía habilitada una parte del mismo pasa uso propio. Nos dijo que había salido a ver el amanecer tras la tormenta y comprobar si sus animales se encontraban bien, cuando un rayo cayo en una ladera cercana, sobre una pared de pura roca, que con el tremendo impacto, se resquebrajó y se derrumbó revelando una cavidad bajo la montaña. Excitado por el descubrimiento y auxiliado por una linterna, había entrado en la cueva para echar un vistazo. Lo primero que encontró fue que la amplitud de la cámara, de forma casi circular, era mayor de lo que esperaba, unos veinte metros de diámetro por al menos cuatro de altura.


Empezamos a tranquilizarle pues parecía realmente afectado por el descubrimiento, entonces nos contó lo de los huesos. Al parecer había examinado la cueva, sus paredes eran uniformes sin más recovecos ni hendiduras, pero en el extremo opuesto a la entrada recién formada encontró unos huesos, al parecer bien conservados en el ambiente cerrado, que decía eran humanos. Decidimos que tal vez era lo que buscábamos, y aunque no lo fuera, bien podíamos echar el primer vistazo para ver de qué se trataba. Nos preparamos y cogimos el equipo, iríamos todos, ahora que por fin teníamos algo que investigar, nadie quería quedarse atrás. El pastor nos dijo que tardaríamos aproximadamente media hora en llegar andando a lo largo de una vereda que serpenteaba rodeando la montaña. El comenzó a andar primero, seguido de Fran y los chicos, les seguían Armand y Etienne, yo cerraba la marcha caminando junto a Juan.


Llevaba un rato largo observando a Fran que caminaba llevando un bastón, pero no un bastón de paseo sino que era de madera con un acabado basto e irregular y debía medir cerca de dos metros. Pero lo que más llamaba mi atención era la parte superior del bastón, que aparecía cubierta de símbolos grabados a cuchillo, tenían un aspecto entre celta y nórdico que me resultaba desconocido. Juan se dio cuenta de lo que acaparaba mi atención y me contó la historia del bastón. Al parecer en un viaje de vacaciones en Escocia, Fran lo compró como recuerdo, sólo que días mas tarde, en una excursión a pie, Juan y él encontraron una piedra semienterrada, de gran tamaño, cubierta parcialmente de esos símbolos. Cómo no lograban situarlos, la profesión se impuso a Juan que decidió que, aunque no podía llevarse la piedra, se llevaría apuntados los extraños símbolos para estudiarlos. A falta de algo mejor los “apuntaron” en el bastón usando un cuchillo. Finalmente resultó que, dado que había marcas borradas por el tiempo pasado a la intemperie, no sacaron sentido alguno a las que si pudieron ver y apuntar, pero Fran conservo el bastón, y solía llevarlo consigo a sus viajes.


Fue entonces cuando Fran se volvió y dijo en voz alta a los chicos.

- Tened cuidado, no os perdáis-.

En seguida los chicos se rieron y uno dijo lo que todos pensaban.

- Seria difícil, Fran, solo hay un camino-.

El ni se inmuto y sin volverse respondió.

- Sin embargo hay dos direcciones.

- ¿De qué iba todo eso?-. Le pregunté a Juan que seguía a mi lado.

El contesto con sencillez.

- Era uno de los dichos favoritos del padre de Fran, mi tío, nos lo decía mucho cuando éramos niños, lo llamaba la regla del laberinto. Solía decirnos: “No es necesario un laberinto para perderse, basta con que haya dos opciones para elegir mal. Y no importa la velocidad de tu marcha, si tu dirección es errónea.”

Me reí del comentario, porque me parecía una frase realmente curiosa, pero Juan permaneció totalmente serio.

-Además, no creo que Fran se estuviese refiriendo a este viaje-. Añadió.


Al final tardamos unos cuarenta minutos en llegar a la cueva, llegamos cansados pero animosos al ver nuestro destino. Sacamos las linternas de nuestras mochilas para poder ver mejor en el interior de la cueva, que era tan amplio como dijo el pastor. Aunque el techo tenía altura de sobra, la anchura de la caverna hacía que éste pareciese opresivamente cercano. Además, en algunos lugares el techo era aun más bajo, allí donde las estalactitas nacían para encontrarse con el suelo formando columnas de piedra por toda la cámara. Cuando llegamos hasta ellos, observamos que los huesos parecían humanos, y debían de llevar allí varios siglos. Finalmente sacaríamos algo en claro de aquel viaje. El pastor, viendo que nos ocuparíamos de aquello dijo que tenía que seguir con sus tareas pero vendría por la tarde para ver si seguíamos allí y se marcho.


Fue Armand el que se fijó en que la pared más cercana al esqueleto tenía signos grabados, al parecer la cueva había protegido los grabados de las inclemencias del tiempo. Dejamos a Etienne y los chicos la tarea de ocuparse de los huesos. Los españoles, Armand y yo nos acercamos a la pared para estudiar la inscripción. Los símbolos, con aspecto de runas nórdicas se disponían en un círculo casi perfecto, que no tendría más de treinta centímetros de diámetro. En el centro del anillo de runas, un símbolo especialmente intrincado y complejo que nunca había visto presidía la composición, con un tamaño bastante mayor que el resto de las runas.


-Armand -.Le dije –Seria conveniente que las autoridades se enterasen de esto, no queremos enfadar a nadie, coge a un par de chicos e id al pueblo a avisar, cuando volváis traeos comida del campamento porque esto puede ser mas largo de lo esperado-.

No le gustó la idea de irse de nuevo pero reconoció lo acertado de la propuesta y se marchó con dos chicos que parecían tener más ganas de andar por el campo y disfrutar del aire libre que de desenterrar huesos en una cueva.


Nos quedamos mirando el círculo durante un rato. Fran se volvió a su primo y le preguntó.

-¿Oye esto no es…?.

-Si, - Le cortó Juan inmediatamente. –Es un sello. Esto no es pared natural, debe ser una puerta-. Me dejó bastante asombrado su declaración, pero repasamos la pared de piedra y encontramos unas finas hendiduras rectas que enmarcaban lo que parecía una puerta de dos hojas, de unos dos metros de altura y algo menos de uno y medio de anchura. La línea vertical que separaba ambas hojas parecía pasar por debajo del “sello”, como lo llamaba Juan. Al fijarnos vimos que sobresalía de la superficie de piedra, como un añadido posterior.


-¿Qué tipo de marcas son esas, que es un sello?-. Empezaba a estar realmente confundido mientras Juan y Fran parecían preocupados e intranquilos. Fue Juan quien me respondió.

-¿Ve el circulo de runas? Es una protección contra el mal, es bastante usual, no como el símbolo central, que es el sello propiamente dicho. Esa marca se conoce como el Sello de Thor. De acuerdo con las creencias nórdicas eso da al círculo de protección un inmenso poder contra las criaturas de la oscuridad. En lo que a humanos se refiere, bien, ninguna persona que conociese el símbolo se acercaría jamás una puerta marcada así-.


No podía creerlo, la legendaria puerta en la pared de roca de la que hablaban las leyendas del lugar estaba allí, y los vikingos habían estado allí y la construyesen o no, habían colocado sobre ella su más severa advertencia.

Retiramos el disco de piedra con cuidado, y vimos que la superficie de la puerta estaba labrada para recibir el sello. No tenia muescas ni hendiduras de ningún tipo, me preguntaba como abrirla cuando Fran se apoyó contra una de las hojas y comenzó a empujar. Lentamente la puerta comenzó a moverse, abrimos la otra hoja también, revelando un largo túnel de anchura ligeramente superior a la de la puerta y bastante más alto. Empujamos las puertas hasta que toparon con la pared al otro lado, y nos dispusimos a entrar. Entonces escuche la voz de Etienne

- Chicos… Este tío tiene una daga entre las costillas-.Nos volvimos para ver el esqueleto, y el continuo. – No podría jurarlo, pero creo que se suicidó-.

-¿Qué te hace pensar eso? -.Conteste yo. Su respuesta sonó entre cortante y divertida

-Porque aún tiene la mano en la empuñadura -. Los chicos se rieron y yo le agradecí mentalmente que hubiese conseguido relajar la tensión, toda aquella historia empezaba a sonar grotesca. Decidido a no permitir que el buen humor se esfumase, les dije que íbamos a entrar en el túnel y que si no volvíamos para la mañana siguiente debían marcharse de allí. De nuevo las risas resonaron en la cueva.


Nos adentramos en el túnel alumbrados por la luz de las linternas, caminando en fila india. Yo iba el último, detrás de Juan, que parecía interesado en las paredes. Efectivamente el túnel era mucho más alto que ancho por que parecía seguir una grieta natural en la roca, las paredes aunque naturales e irregulares no dejaban ver otros huecos o pasos. El túnel serpenteaba, subiendo y bajando hasta que perdí totalmente el sentido de la orientación. A veces encontrábamos tramos mas estrechos y bajos, mostrando marcas de haber sido excavados, pero estos tramos daban paso a otros similares al primero, grietas y pasos naturales que constituían la mayor parte del camino. Llevábamos quizás cinco minutos andando, que en medio de la oscuridad parecían muchos más, cuando encontramos una inscripción rúnica en una pared. Comparada con la complejidad del sello, era bastante normal, según Juan la inscripción advertía de que un gran mal yacía al final del túnel y que la ira de Odin y los Ases caería sobre aquel que lo dejase suelto sobre la tierra. A estas alturas la tensión se había vuelto a apoderar de mi, si alguien me lo hubiese contado me habría reído, pero allí, en medio de la oscura caverna, donde solo escuchábamos nuestra respiración y la humedad se pegaba a nuestras caras, las runas de la pared y el sello de la entrada se me antojaban amenazantes y perturbadores.


- Si encerraron algo aquí dentro el sello significa que temían que obtuviese ayuda del exterior-. La voz de Juan levanto siniestros ecos en la cueva. Mis compañeros parecían decididos a seguir caminando hasta el final, y yo tenia que ir, para sobreponerme a mi miedo y porque por fin estaba explorando algo de verdad, llevaba siglos cerrado esperándonos. No iba a dejar que mi imaginación y mis entupidos temores me alejasen de aquello. Intente alejar mi preocupación con una broma.

-Bien, supongo que si hubiese algo al final de la cueva ya se habría abalanzado sobre nosotros-. Dije, riendo nervioso. Entonces escuché la respuesta de Fran

-No si hay otra puerta al final.


Continuamos durante otros diez minutos más, pero el túnel no cambiaba, parecía retorcerse sobre sí mismo y me sorprendía que la montaña no se hundiese sola por el número de grietas que estábamos atravesando, supongo que en realidad no dábamos tantas vueltas y nuestro camino era más directo de lo que creía. Encontramos otras dos inscripciones iguales a la primera. Los que grabaron aquellos mensajes parecían decididos a que no permitir que nadie los pasara por alto. Entonces fue cuando encontramos el paso cortado, por otra puerta, era idéntica en dimensiones a la de la caverna pero no ostentaba símbolo ni inscripción alguna, Juan parecía levemente contrariado. Yo también tenía una duda.

- ¿No debería tener esta puerta otro sello?-.Les pregunte. Esta vez fue Juan quien respondió, mientras, Fran parecía ausente.

- No tiene porqué-. Me dijo.- Si encerraron algo al otro lado de la puerta, el sello estará por dentro, para que no se acerque a ella.

Entonces, Fran toco la puerta con la mano e inclino la cabeza, parecía pensar. Juan se descolgó la mochila, la abrió y pareció que iba a sacar algo pero se detuvo.

- ¿Notas algo?-. Le preguntó a Fran.

- No, nada-. Respondió. Mi linterna enfocó la mano con la que sujetaba el bastón, tenía los nudillos blancos.

-¿Estas seguro? No seria la primera vez que te equivocas-. Dijo Juan mientras sacaba la mano, vacía, de la mochila, y se la colgaba de nuevo a la espalda tras cerrarla.

-Tampoco será la segunda. Estoy seguro-. Fue la respuesta de Fran.


Yo asistí a aquel extraño intercambio sin entender nada, pero aquella puerta parecía representar todos mis temores, la tensión flotaba en el aire volviéndolo espeso y desagradable. Iba a empezar a pedirles explicaciones pero, de repente, se lanzaron sobre la puerta, a la vez, y ésta se abrió hacia adentro. Y la luz del sol nos cegó.


Nos encontrábamos en la ladera de un valle estrecho y pequeño, de suelo rocoso y sin vegetación, unos metros por debajo de nosotros podíamos ver un par de toscas paredes de piedra a medio desmoronar. A nuestros pies, unos restos de lo que parecía otro disco de piedra, rotos al caer de la puerta en el momento que la abrimos. No se apreciaba en ellos más que un leve rastro de escritura, erosionadas las runas por la intemperie. La voz de Fran fue la primera en romper el extraño momento, sonó satisfecha y más tranquila


- Te lo dije, nada…- Dijo mirando a su primo. Pero la cara de Juan reflejaba miedo y rabia a la vez, Fran pareció comprender algo en ese momento y maldijo en su lengua natal a pleno pulmón, mientras miraba a su alrededor. Yo estaba confuso y sentía que algo se me escapaba.

-¿Qué esta ocurriendo? ¿Qué significa esto? -. Fue Juan quien respondió

- Ocurre que estamos en las ruinas y en la puerta en la pared de roca de las que hablaban las historias-. Conforme su voz se apagaba la de Fran sonó cercana y firme

- Significa que el sello sí que estaba en el lado de dentro. Significa que el rayo abrió la cámara por nosotros, y entramos por el extremo equivocado, recorriendo esta cueva en sentido contrario hasta la verdadera entrada… Significa que la jodimos-.


En aquel momento los apagados ecos, repetidos innumerables veces, de un grito agónico, de dolor y muerte, llegaron rebotando de una pared a otra de la cueva hasta nuestra espalda.


Fin


Nota del Autor: Los personajes de Juan y Francisco Fernández, que aparecen en este relato, son propiedad intelectual de dos personas que no sabían nada de esto y a quienes en ningún momento pedí permiso para utilizarlos. Así que aprovecho para pedirles disculpas.


Gracias a Aratir por vigilar mi atroz gramática, los fallos que quedan son míos no suyos.

Gracias a Siseo por sus consejos, su buen ojo y por el titulo.


Jhon Carpenter puede esperar


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno Guardian, en su momento me encantó, me dejo mosqueadisimo esperando el siguiente episodio...jejeje.

Saludos desde el otro lado...

El Guardian del Paramo dijo...

jack? vaya veo que las noticias sobre tu muerte eran un poco exageradas. No me esperaba que comentaseis los que ya lo comentasteis en su momento, pero de todas formas gracias. Te mentiria si te dijese que no he escrito (al menos mentalmente) la segunda parte. Pero para ponerla aqui necesito tiempo y esta vez si, pasarsela a los "autenticos" juan y fran para que me den su visto bueno.

Odonj dijo...

Vamos que no esperabas que los que comentaran anteriormente comentaran nuevamente, dado que yo comente, y mi comentario no fue acertado por tener un punto de vista, equivoco al no comprender bien el final de tu historia, e de decir que iba a abstenerme de comentar y generar comentarios. Pero dado que no esperabas comentario alguno desde esta fuente. Dejo este comentario.
- Joder chacho, o soy mu´corto o tu texto mu´denso -

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El Guardian del Paramo dijo...

Denso? no me jodas, tu no has leido a Umberto Eco!

ismael dijo...

El negro de la página no ayuda a leer. Disfruté mucho leyendo y hablando contigo, espero que los demás también lo hagan y sigas haciendo más capítulos después de los exámenes.

Odonj dijo...

Mi comentario iba son segundas, 1.- que yo soy mu´corto, o mu tonto y no me entero en estas cosas de la mitad, o al menos la primera vez que lo lei. 2.- Que como ismael apunta, leer sobre fondo negro tanto texto quema mucho la vista en relatos largos, porque aunque sea un relato corto, en un blog mas de 20 lineas se convierten en un relato largo.

Y que conste que no apoyo a ismael en absoluto sobre el cambio de aspecto del blog, si quiere que cambies algo que haga como yo.

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